SANDRA – Capitulo 4

-¡María! ¿Quieres hacer el favor de entrar de una vez en el parque? ¡Terminaré por enfadarme de verdad y entonces regresaremos a casa, ya verás!

-¡Voy, mamá! -contestó una vocecilla procedente de una chiquilla todavía invisible para Jesús.

A los pocos segundos entró en los jardines correteando una niña de unos cinco años; una personita menuda y jubilosa de pelo largo, rubio y rizado, que mostraba una sonrisa feliz, enmarcada en una carita de mejillas sonrosadas y en la que resaltaban dos enormes y preciosos ojos azules. Vestía unos pantaloncitos vaqueros azul claro y una camiseta rosa de manga larga a juego con las zapatillas y que tenía estampada, en la parte delantera, la cara de un famoso personaje animado de televisión muy habitual en las series para niños. Con una mano agarraba por la cintura una muñeca raquítica e increiblemente despeinada, mientras que con la otra se aferró al bolsillo trasero del pantalón de su madre en cuanto llegó hasta ella.

-Parece que hoy te has levantado de la siesta más revoltosa y desobediente de lo normal.

La niña no dijo nada, se limitó a encogerse de hombros y a mirar con expresión traviesa a su madre.

La muchacha dejó escapar un suspiro cargado de paciencia. Luego miró a la niña y le sonrió con ternura, descubriendo unos dientes blancos y bien alineados, impecables.

-Anda, bichito, vamos a sentarnos un rato en uno de los bancos -dijo la chica acariciando con dulzura la mejilla de su hija.

El corazón de Jesús fue recobrando su latido normal mientras contemplaba la escena.

Parecía evidente que no era Sandra.

-Buenas tardes -saludó la muchacha cuando pasaron ante él.

-Buenas tardes.

Una vez lo sobrepasaron, jesús no pudo evitar clavar la mirada en el culo de la joven, justo en el momento en que la niña volvía la cabeza para obserquiarle con una sonrisilla desdentada. Entonce él, sintiéndose pillado in fraganti por la niña, cruzó nervioso la piernas y retiró rápidamente la vista de aquel fascinante traseo que había funcionado como un potente electroimán para sus ojos.

Madre e hija se sentaron unos metros más adelante, muy cerca de Jesús, en el quinto banco de la fila que había al otro lado del paseo.

Un brisa ligera y muy agradable zarandeaba suavemente las hojas de los enormes ficus, irradiando en el ambiente un placentero e hipnótico sonido que se introduía con docilidad en los oídos e invitaba a cerrar los ojos y a abandonarse a un apacible relax.

Pero esa tarde nada podía relajar a Jesús, y menos aún el murmullo de unas simples hojas. Todo lo contrario; miró hacia el cielo y maldijo la repentina racha de viento que había provocado la caída de un poco de broza muerta procedente del árbol que tenía a su espalda, y que había aterrizado sobre su camisa nueva.

Jesús se sacudió enérgicamente la camisa. No es que se hubiera vestido de gala para la ocasión, pero sí que para aquella cita, tan importante para él, se había comprado una elegante y bonita camisa granate de diseño, de manga larga, que le había costado sus buenos euros; y los tejanos que había elegido, azul oscuro y de tela más… de vestir, se los había puesto tan sólo una vez, y también para un evento un tanto… especial: el bautizo dos semanas atrás de su sobrinita Ana. Y bien, sí, también es cierto que había perdido mucho más tiempo de lo que era habitual en él a la hora de acicalarse y mirarse en el espejo, bueno… en los espejos, en todos, especialmente en el grande del recibidor. No pretendía aparentar lo que no era; sabía que por fuera no era… «gran cosa», pero sí quería que en aquel primer encuentro, Sandra se llevara una impresión si no muy buena, sí al menos aceptable de él.

Se pasó la mano por la cabeza por si también le habían caído en el pelo restos de hojas muertas. Al retirala notó los dedos un tanto pegajosos debido al ligero toque de gomina que se había aplicado antes de salir. La verdad es que no solía engominarse el pelo (en realidad, era la primera vez que lo hacía); pero recordaba un comentario en el que Sandra había dejado entrever que a ella sí le gustaba, o eso creía haber entendido. Ahora, mirándose con fastidio los dedos, dudaba de que hubiera sido una buena idea. La verdad es que él, personalmente, no se gustaba nada con esa porquería en la cabeza. Se sintió un poco ridículo, y justo cuando iba a soltar un taco por lo bajini, su mirada se estrelló de frente con unos ojazos azules que lo observaban con curiosidad y descaro. Estaba tan concentrado en sus pensamientos, que ni siquiera se había percatado de que la niña se había acercado hasta donde estaba él.

-Hola, señor.

M.B

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