SANDRA – Capítulo 5

Jesús, antes de devolver el saludo a la criatura, dirigió la vista hacia la madre, que ajena a los movimientos de su descarado retoño, se hallaba concentrada en la revista.

-Hola, guapa.

-Me llamo María, ¿cómo se llama usted?

-¿Yo?

La chiquilla movió la cabeza en un gesto afirmativo.

Jesús volvió a mirar a la madre, aunque en esta ocasión de reojo. Se aclaró la garganta y de mala gana trazó media sonrisa.

-Me llamo Jesús.

María estiró entonces su bracito y le puso la moña que llevaba en la mano a escasos centímetros de la cara, mostrándosela con una sonrisa orgullosa.

-Esta es Barbie.

Jesús observó que a la muñeca le faltaba un ojo; este detalle, junto al pelo rubio brillante (casi blanco), largo y terriblemente desgreñado, le confería un aspecto ciertamente… inquietante, casi macabro. Le recordó una película de terror que había visto tiempo atrás por televisión y cuyo protagonista era un extraño muñeco que misteriosamente cobraba vida y pasaba a cuchillo a todo aquel que se le ponía por delante.

Un escalofrío le recorrió a Jesús la espalda; pero ante la mirada expectante de la chiquilla, que esperaba impaciente algún comentario de su parte, se obligó a contestar:

-Es una muñeca preciosa.

-Lo sé; y también muy simpática, aunque tiene el pelo algo rebelde -dijo la niña llevando su manita hasta la cabeza de la moña para intentar arreglar con los dedos lo que a todas luces resultaba imposible de peinar.

Jesús volvió a consultar su reloj. Sandra se estaba retrasando demasiado, y ella le había dicho que adoraba la puntualidad. Ahora estaba seguro de que algo no iba bien.

La niña, por su parte, no parecía albergar intención alguna de macharse, al menos a corto plazo, más bien al contrario; se había acercado un poquito más a él y amenazaba con sentarse a su lado.

-Barbie está triste porque no ha podido venir Kent -dijo la niña borrando de pronto la sonrisa para adoptar una expresión pesarosa.

-Vaya, que lástima -se lamentó Jesús con un deje irónico.

-Sí, es una pena, se siente muy sola sin su amiguito. ¿Sabe?, Kent es tan guapo como Barbie. Yo creo que se gustan.

Por la mente de Jesús se paseó entonces la petulante imagen de Kent mostrando la sonrisa de un político en busca de votos; una imagen que se obligó a eliminar inmediatamente, y más aún cuando su imaginación juntó a los dos muñecos y éstos comenzaron a adoptar posturas un tanto… libidinosas. Se amonesto interiormente. Tenía cosas mucho más importantes en las que pensar.

Jesús dejó de prestar atención a la chiquilla y miró hacia otro lado, como dando a entender a aquella descarada mocosilla que, por su parte, la conversación había terminado. Le importaba un pimiento si Barbie y Kent se gustaban, o si aquella dichosa moña estaba deprimida o animada.

-Me ha dicho su nombre y yo a usted el mío -insistió la criatura-, así que ya no somos unos desconocidos.

La niña fue un poco más allá y, tal y como temía Jesús, se sentó en el banco, junto a él, que la miró con una expresión entre estupefacta y consternada, a lo que ella respondió con una explendorosa sonrisa. Jesús se miró de pronto los brazos; la proximidad de los niños le solía producir un extraño sarpullido en la piel. Esta vez, sin embargo, se mantenían limpios, al menos por el momento; pero… tiempo al tiempo, pensó.

-Si hoy hubiese venido Kent… podríamos haber jugado los dos. -María guardó unos segundos de silencio, sin apartar su profunda mirada azul de la cara de su nuevo… «amiguito»-. Tú hablarías por él, y yo por Barbie. -La chiquilla había decidido tutear a Jesús, pues según ella, ya no eran dos extraños-. Se llevan la mar de bien. Algún día se casarán, seguro -sentenció.

-Pero no ha venido (Jesús, para sus adentros, dio gracias a Dios por ello). Además, las muñecas son para que jueguen las niñas, y no las personas mayores.

-Kent es un muñeco.

-Muñeca o muñeco… es lo mismo.

María no parecía muy convencida.

«¿Cuándo demonios llega Sandra?», se lamentó Jesús para sus adentros

M.B

 

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