SANDRA – Capítulo 3

Jesús volvió a mirar la hora. Era la tercera vez que lo hacía desde que se había sentado en el banco. Pasaban dos minutos de las cinco, y Sandra no venía. No era un retraso como para impacientarse; pero es que estaba tan nervioso que… ¿Y si se había arrepentido? La noche de antes no le había parecido que estuviera muy convencida. Ella le había confesado que las citas a ciegas no le hacían mucha gracia, y esa era, prácticamente, una cita a ciegas, ya que aunque sí llevaban mucho tiempo escribiéndose y se conocían muy bien por dentro, por fuera no tenían ni pajolera idea de cómo eran.

Jesús pensó que a lo mejor ella necesitaba algo más de tiempo antes de conocerse en persona. Quizás hubiese sido más acertado enviarse primero alguna foto antes de quedar. Hay aspectos que son esenciales a la hora de enredarse en una relación amorosa, como el físico, por mucho que digamos que es el interior lo que de verdad importa. En ese sentido somos todos un poco hipócritas. También él. ¡Qué demonios…!, quizá ni él mismo estaba aún preparadado para aquella cita. Aunque… ¿Quién había hablado de una relación amorosa? Ella había sido muy clara desde el principio: «sólo busco amistad». Y él había aceptado su imposición; así que el físico, en una relación de amistad, tampoco debería tener demasiada importancia. Ninguna importancia, en realidad.

Pero Jesús estaba enamorado. O así lo creía. Ése era el problema. Había estado toda la noche dándole vueltas en la cabeza a la misma idea: si en aquella cita se confirmaba su amor por Sandra… ¿Debería sincerarse y decírselo a riesgo de perderla o… callarse y seguir fingiendo una amistad que en realidad no era tal, sino amor? Si fingía sólo amistad, ella continuaría hablando con él, y pensó que quizá con el tiempo sería capaz de enamorarla. Pero por otra parte…, necesitaba decírselo, ser sincero y asegurarle que podían seguir siendo amigos aunque él estuviese enamorado y ella no. Lo que sentía por Sandra era asunto suyo; mientras que a él no le pidiera a ella otra cosa que no fuera amistad…

Jesús se sumergía una y otra vez en un mar de dudas. De todos modos… primero tenía que conocerla en persona, algo que iba a suceder en cualquier momento.

Apartó la vista del reloj y la fijó en el acceso principal al parque. Una chica que a su juicio no pasaría de los treinta años rebasó en ese momento el umbral. El corazón de Jesús comenzó a latir desbocado. La observó detenidamente. Era delgada y casi tan alta como él. Su pelo liso, castaño claro y recogido en una cola de caballo, brillaba al reflejar la luz del sol. Vestía una ajustada camiseta blanca de manga larga y un pantalón vaquero azul claro y muy ceñido; un conjunto que realzaba su bonita figura.

La chica enfiló a paso lento el paseo central, ojeando la portada de una revista que llevaba entre las manos. Se paró y volvió la cabeza hacia atrás, en un movimiento maquinal, como si en su mente hubiera saltado de pronto una alarma.

M.B

 

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