SANDRA – Capítulo 9

Era una joven delgada, de estatura media. Tenía la piel muy blanca, sin rastro de maquillaje, los ojos grandes y claros y la boca pequeña, de labios finos; la nariz respingona y media melena lisa y castaña. Llevaba puesto un bonito vestido azul añil, de tirantes, que le colgaba hasta las rodillas, y unas sandalias sin apenas tacón. Parecía una chica sencilla, muy natural; eso le gustó a Jesús, que pensó que sin duda tenía que ser Sandra. Todo lo indicaba: había llegado sofocada, con mucha prisa, buscando a alguien con la mirada; parecía muy nerviosa y cada pocos segundos consultaba el reloj… Tenía que ser ella. Pero ahora surgía un nuevo problema: Jesús era consciente de que para Sandra, si es que de verdad se trababa de esa chica, en el cuarto banco, que era donde había quedado con él, se sentaban una feliz pareja con su angelical retoño. Seguramente que al no ver a nadie solo por ahí cerca, pensaría que se habría marchado, cansado de esperarla. Craso error, porque seguía allí, ansioso por conocerla; pero… ¿Cómo iba a sospechar ella que quien se sentaba con la chica de la revista y la niña era él?

Jesús comprendió que debía reaccionar; tenía que hacer algo y lo tenía que hacer ya; antes de que la muchacha se marchara. Pero… ¿Y si se equivocaba y no era Sandra? Él estaba convencido de que sí, pero no podía asegurarlo; no tenía ni idea de cómo era físicamente. Si al menos hubieran acordado llevar alguna prenda que les ayudara a reconocerse. Pero no lo hicieron. Así que la única salida que encontraba era ir donde estaba ella y preguntarle directamente. Pero era tan tímido, tenía tanto miedo a hacer el ridículo, que no se decidía a dar el paso que por fin despejara sus dudas. Ademas… ¿Qué pensaría la muchacha de él si no era Sandra? ¿Y la madre de la niña al ver cómo se levantaba de pronto y se ponía a charlar con una desconocida? Porque al pasar a su lado ni siquiera le había mirado a la cara. La joven mamá pensaría seguramente que se había sentado junto al típico y baboso ligón de parque que busca chicas tristes y solitarias para abordarlas. ¿De dónde había sacado eso? ¿Existen los ligones de parque? Aquella extraña situación le estaba haciendo desvariar.

Por otra parte, después de mirar una vez más el reloj y ver que pasaban veinticinco minutos de las cinco, pensó que bien podría estar equivocado y no ser Sandra. ¿Quién sin haber avisado antes acude a una primera cita veinticinco minutos tarde? Él por supuesto que no, y por lo que sabía de Sandra… ella tampoco.

De cualquier forma, lo único que tenía que hacer era levantarse, preguntar a la muchacha cómo se llamaba y olvidarse de todos sus prejuicios. No parecía tan difícil… Aunque para él sí. No podía evitarlo. Muchas veces odiaba su forma de ser; su falta de confianza en sí mismo, su timidez y su cobardía, su inseguridad y esa indecisión que le provocaba el aumento del ritmo cardiaco y una ansiedad que lo ahogaba. ¿Quién demonios iba a enamorarse de un tipo como él?, se preguntó, a punto de perder los nervios.

Jesús miró de soslayo a la niña, que a su lado, jugaba tranquilamente con el palo (Kent) y la muñeca (Barbie). Reprimió, como pudo, un gesto de contrariedad. Esa mocosilla era la culpable de que ahora él se hallase en aquella incómoda situación. Si no se hubiera empeñado en hacerse amiguita de él y, más tarde, no hubiera convencido a su madre para que se sentara con ellos, ahora estaría solo y tranquilo, y Sandra, si es que era esa chica, se hubiera acercado al banco y todo se habría desarrollado según lo previsto. No, la culpa no era de ella, criaturita, sino de la madre, que había consentido que la niña se saliea con la suya.

Jesús, por un momento, cerró con fuerza los ojos. Tenía que hacer frente a sus miedos, que eran muchos, y actuar de una maldita vez. El corazón le latía desbocado. Empezó a contar, interiormente, dispuesto a levantarse cuando llegara a diez y, sin pensarlo, encaminarse hacia el banco en el que se sentaba… ¿Sandra? Pero a mitad de camino, en el cinco, notó que algo trepaba por su brazo derecho. Abrió los ojos y se encontró con la carita de la niña, que le sonreía felizmente mientras intentaba sentar a Barbie en su hombro. Dudó entonces sobre la identidad de María; ¿y si aquella dulce niñita era en realidad ese anticristo anunciado por San Juan en su Apocalipsis? Lo más probable es que el diablo se camuflase, hasta el momento de revelar su verdadera identidad al mundo, en el cuerpo de un sujeto aparentemente sin maldad ¿Qué mejor envoltorio que el cuerpecito de una nenita de carita tierna y sonrisa angelical?

Un segundo después pensó que sí, que definitivamente… desvariaba.

Cuando Jesús apartó la vista de… ¿Satán?, y la dirigió hacia la muchacha, se encontró con algo que no esperaba: quien creía que era Sandra, ya no estaba sola; otra chica se había sentado junto a ella. Pero no era eso lo que más le sorprendió, sino el hecho de que ambas se hubieran cogido de la mano y fundieran sus bocas en un largo y apasionado beso.

M.B

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